Hablaba
y hablaba...
Max Aub
Hablaba, y hablaba, y
hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba. Y venga hablar. Yo soy una
mujer de mi casa. Pero aquella criada gorda no hacía más que hablar, y hablar,
y hablar. Estuviera yo donde estuviera, venía y empezaba a hablar. Hablaba de
todo y de cualquier cosa, lo mismo le daba. ¿Despedirla por eso? Hubiera tenido
que pagarle sus tres meses. Además hubiese sido muy capaz de echarme mal de
ojo. Hasta en el baño: que si esto, que si aquello, que si lo de más allá. Le
metí la toalla en la boca para que se callara. No murió de eso, sino de no
hablar: se le reventaron las palabras por dentro.
La
manzana
Ana María Shua
La flecha disparada por la
ballesta precisa de Guillermo Tell parte en dos la manzana que está a punto de
caer sobre la cabeza de Newton. Eva toma una mitad y le ofrece la otra a su
consorte para regocijo de la serpiente. Es así como nunca llega a formularse la
ley de gravedad.
El
emperador de la China
Marco Denevi
Cuando el emperador Wu Ti
murió en su vasto lecho, en lo más profundo del palacio imperial, nadie se dio
cuenta. Todos estaban demasiado ocupados en obedecer sus órdenes. El único que
lo supo fue Wang Mang, el primer ministro, hombre ambicioso que aspiraba al
trono. No dijo nada y ocultó el cadáver. Transcurrió un año de increíble
prosperidad para el imperio. Hasta que, por fin, Wang Mang mostró al pueblo el
esqueleto pelado, del difunto emperador. ¿Veis? -dijo - Durante un año un
muerto se sentó en el trono. Y quien realmente gobernó fui yo. Merezco ser el
emperador.
El pueblo, complacido, lo
sentó en el trono y luego lo mató, para que fuese tan perfecto como su
predecesor y la prosperidad del imperio continuase.
0 Comentarios